Por Gustavo Insaurralde
En declaraciones a la radio Vorterix, la canciller argentina Susana Malcorra ha afirmado que “si Brasil estornuda, Argentina tiene una neumonía” debido a la crisis institucional y económica que está pasando el vecino país. A pesar de los cambios de programa acontecidos con la asunción de Macri y el realineamiento argentino en el escenario internacional, la relación con Brasil es estratégica para la PEA y eso no ha cambiado con el advenimiento de nueva administración.
En términos económicos la crisis brasilera afecta de sobremanera el desempeño macroeconómico argentino. Brasil es el primer destino de las exportaciones argentinas en cuanto a bienes industriales se refiere. El eje de la relación comercial argentino-brasilero son las exportaciones intraindustriales (Grubel y Lloyd, 1975) es decir, las exportaciones industriales entre compañías de partes y componentes, cuyo ejemplo paradigmático es la industria automotriz. Es por ello que si los índices macroeconómicos brasileros decaen, éstos arrastrarán efectos negativos en los índices nacionales. De esta manera, entre los sectores más afectados, además del automotriz, se encuentran los plásticos, químicos y las industrias del caucho. Esto, a su vez, afecta a sectores menos competitivos de la economía argentina, como la industria textil, metalmecánica y de electrodomésticos que podrían sufrir una avalancha de productos brasileros en condiciones de mejor competitividad por precios más bajos.
En un escenario de interdependencia esto significa que Argentina es vulnerable a los cambios en Brasil debido a la poca disponibilidad de alternativas y a los altos costos asociados a ellas (Keohane y Nye, 1979). Como consecuencia, la comunidad epistémica argentina de política internacional ha tomado nota de esta vulnerabilidad y ha intentado comprenderla teniendo en cuenta diversos marcos de análisis.
Por un lado, Malamud (2016) considera que la crisis política brasilera deviene de desajustes sociales y económicos estructurales en el país vecino. El crecimiento de los últimos años estuvo asentado sobre bases endebles pero fomentado por condiciones estructurales favorables; una vez que estas condiciones ya no fueron favorables, el sistema “comenzó a crujir”. No sólo la falta de crecimiento económico, sino también la polarización social, generada por una desigualdad estructural que no se pudo desarraigar; la fragmentación política de un sistema de gobernanza basado en un multipartidismo polarizado (Sartori, 1980) y coaliciones parlamentarias demasiado amplias -el famoso “presidencialismo de coalición, (Flisfisch, 1992; Amorim Neto, 1994 y 1998; Lanzaro, 2000)-, junto con la fortaleza de la independencia judicial y la falta de liderazgo de la figura de Dilma Rousseff fueron las causas de la crisis política, económica y social que deriva en el impeachment a la presidenta brasilera.
En contraposición con esta perspectiva, hay académicos que consideran que el proceso abierto en contra de la presidenta brasilera responde a rearticulaciones sistémicas en la región. Con el fin del período autonómico generado a partir de la emergencia de gobiernos progresistas en la región, se recrearon fuerzas estructurales que presionan para constituir regímenes políticos más afectos a los intereses de los grandes centros de poder mundial. De esta manera, el ascenso de nuevos gobiernos en la región y la crisis en países como Brasil respondería a la necesidad de estos centros de poder de que los países latinoamericanos persigan nuevos alineamientos internacionales. Para estos sectores estos procesos son denominados golpes blandos, como los sucedidos en Paraguay en 2012 y Honduras en 2009 (Dias, 2016; Pignotti, 2016). Este tipo de procesos se diferencian de los anteriores golpes de estados debido a que se encuentran enmarcados en mecanismos institucionales presentes en las constituciones de cada país (Sharp, 1993).
Más allá de todo esto, el estornudo (político, social, económico) de Brasil es el primer dato estructural que el proceso de toma de decisiones en política exterior de nuestro país considerará para adaptar la estrategia de inserción internacional. Como consecuencia, el objetivo de realineamiento puede verse obturado por estos condicionantes sistémicos ya que arrastran graves efectos en la estructura económica argentina y aminoran la marcha de la inserción en los flujos globales de inversión y comercio.