Por Gustavo Insaurralde
La semana pasada la Canciller Susana Malcorra daba definiciones de los lineamientos de la política sudamericana en el Congreso; en la reunión se podía notar los cambios que se estaban llevando a cabo en el plano regional fruto de los cambios estructurales en la región, pero también de la voluntad política del presidente de realizar modificaciones de fondo en la inserción argentina. Con la misma lógica, el ingreso de Argentina como país observador en la Alianza del Pacífico es visto como consecuencia de esta estrategia. La cuestión ha suscitado varios debates, especialmente de acuerdo a la interpretación que cada analista político realiza de tales acciones. Di Natale en La Nación afirma que este acercamiento representa “un giro copernicano en las relaciones exteriores kirchneristas” Entiende que bajo las administraciones kirchneristas la Alianza fue vista como muy cercana a los intereses norteamericanos. A su vez, afirma que el incipiente bloque contradice la influencia brasilera en la región, especialmente por la presencia de México en el acuerdo. De hecho, Di Natale lo vislumbra como un catalizador para la promoción argentina en los mercados globales más competitivos como son los asiáticos. Desde otra perspectiva, en una editorial en el portal de noticias ruso RT, Karg apunta hacia el proyecto argentino de flexibilizar el Mercosur como puntapié inicial para iniciar procesos de liberalización del comercio exterior. Estos procesos se verán acompañados por el deterioro de los procesos de integración “autonomistas” como Unasur o Petrocaribe. De esta manera, según Karg, la estrategia de Macri respondería a diluir el Mercosur y ampliar las conexiones económicas con Estados Unidos en detrimento a China. Teniendo en cuenta el aspecto formal, para que Argentina pueda ser parte de la Alianza del Pacífico, tiene que formalizar un acuerdo de libre comercio con al menos dos de los estados miembros. Esto pondría en entredicho el funcionamiento interno tácito del Mercosur que se basa en las negociaciones en bloque, especialmente cierto en la relación bilateral argentino-brasilera, pero con contadas excepciones con respecto a los pequeños socios como Paraguay y Uruguay. Aunque resulta difícil que el Mercosur se diluya en procesos de integración más laxos como la Alianza del Pacífico, ya Malcorra defendió mejorar la unión aduanera como plataforma de inserción internacional primigenia, lo cierto es que el bloque está pasando por una grave crisis. Dadas las complicadas condiciones macroeconómicas de sus miembros más grandes, el relativo ahogo de sus socios más pequeños junto con la desprolijidades institucionales que sobrevinieron en la inclusión de Venezuela por la exclusión de Paraguay, el bloque ha perdido fuerza como bloque regional, al menos de forma coyuntural. Si bien es cierto que si se focaliza la mirada en las consecuencias políticas estructurales a largo plazo, como las medidas de confianza mutua o la formalización de mecanismos de protección democrática, el Mercosur puede mostrar credenciales de éxito, lo cierto es que a medida que avanzan los problemas tácticos en la esfera económica, no se identifican sectores sociales que apoyen abiertamente el proceso de integración. Tal vez una excepción sea la burguesía industrial pero es tema de debate si el comercio intraindustrial bilateral es una causa o una consecuencia del proceso de integración. Así, la administración de Macri está jugando un juego binario entre su plataforma –la voluntad de cambios de programa en política exterior- y las limitaciones de las condiciones estructurales regionales. A pesar de la sobrevaloración política del ingreso argentino como observador en la Alianza del Pacífico, se está abriendo un debate sustancial sobre la política de inserción argentina en el plano regional que no solo comenta sobre los alineamientos sistémicos, sino también sobre las oportunidades regionales de cooperación.