Por Gustavo Insaurralde
Después de una semana en la que el presidente Mauricio Macri participó de la Cumbre de la Alianza del Pacífico, esta semana previa al Bicentenario de la Independencia Nacional, el presidente se embarcó en una gira europea que contó con su presencia en Francia, Bélgica, las instalaciones comunitarias europeas y Alemania. A pesar de que muchos analistas han puesto el énfasis en la eventual firma del acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, el presidente aclaró que la visita superó las expectativas debido “a las intenciones que tenemos, y a las posibles inversiones que puedan llegar (sic)” Como analizamos en la columna pasada, los gestos de la administración de Macri parecen anticipar un cambio esencial en el rumbo de las alianzas internacionales establecidas en las administraciones kirchneristas. A pesar de estas notables diferencias, parecen demostrarse ciertas continuidades en el perfil de inserción que presentan los gobiernos en las postrimerías de su gestión. Esta tendencia profunda es el elemento economicista que recubre cada inicio de política exterior argentina. (Bueno, 2014) Si en los inicios de la política exterior de Macri se observa una clara determinación de obtener inversiones para fomentar el dinamismo de una economía en situación crítica, en los inicios de la política exterior de Nestor Kirchner en particular (2003-2007) – sin olvidar las diferentes situaciones coyunturales que caracterizan estos procesos- pareció también mostrarse ávido de obtener réditos económicos de un proceso de diversificación y desconcentración de las alianzas internacionales (Simonoff, 2009, Henikian, 2010). De hecho, autores como Morales Rubalcaba (2010) consideran que la aproximación internacional economicista de la administración kirchnerista se basó en una construcción de un tejido productivo de cuatro ejes rectores: exportaciones, inversión, financiamiento y competitividad bajo el manto de un estado que funcione como centro regulador del proceso. De esta manera, la diferencia no persiste en los programas, es decir, en los objetivos ulteriores de la inserción argentina, sino en los medios, los métodos y las políticas públicas que pueden hacer posible estas modificaciones. La centralidad del estado, la recuperación del aparato productivo preexistente y una incipiente y deficitaria burguesía nacional, por un lado; el deseo de inversiones extranjeras dirigidas libremente hacia filiales de multinacionales ya constituidas, a espacios naturalmente competitivos como la agroindustria o el desarrollo de nuevos campos, como el desarrollo de industrias informáticas, con un aparente control estatal más laxo, por el otro. La gira europea y hacia Estados Unidos de Macri tiende a formalizar esa aproximación de incentivar la inversión extranjera en nuestro país en base al dinamismo recibido por las modificaciones económicas realizadas por su administración. No obstante, pese al optimismo inicial, estas inversiones no han logrado cumplir con las expectativas esperadas. ¿Qué nos dice esto de la PEA en general y de la política exterior de Macri, en particular? En primer lugar, nos habla de la persistencia de problemas estructurales en la plataforma económica argentina que minan el desarrollo de alternativas de programa o de objetivos ulteriores en el desarrollo de una estrategia de inserción internacional. Además, en segundo lugar, se denota la falta de un consenso sobre una estrategia de desarrollo que prevalezca más allá de los cambios de régimen acontecidos en forma regular en una democracia.