Por Gustavo Insaurralde
Los problemas en la definición de la política exterior en tiempos de crisis
Esta semana estuvo cargada de hechos relevantes que cobran especial importancia en la política exterior argentina. En primer lugar, este miércoles se dio finalizado el impeachment y destitución en contra de la expresidenta brasilera Dilma Rousseff. Asimismo, a finales de esta semana, se dio comienzo a la reunión del G20 en la ciudad de Hangzhou, en China, donde tuvieron cita importantes líderes mundiales.
Frente a estos dos hechos, la administración Macri ha encarnado un perfil internacional prudente, o poco reactivo, a los lentos pero profundos cambios en el escenario regional y global. Por un lado, la razón de la aceptación indiscutida del impeachment parece simple pero no lo es. Si bien es cierta la voluntad superadora que intenta encarnar la nueva administración en contraposición de la anterior, no todo es ideología compartida: frente a los límites impuestos frente a la baja de los precios de las commodities, los nuevos gobiernos encarnan la fragilidad material del consenso post-neoliberal y la poca autonomía relativa conseguida debido a la baja transformación estructural, al menos en las dinámicas exportadoras.
Teniendo en cuenta este dato, la posición argentina no parece decir más que la necesidad de reactivar el comercio bilateral con Brasil en un momento donde la caída de los índices macroeconómicos asociados al comercio exterior (caída del consumo brasileño y chino) no logra despegarse con la promesa de inversiones. Aquí entra un doble juego entre lo doméstico y lo global ya que a pesar de que se estén llevando a cabo la aplicación de medidas aperturistas, no existen políticas focalizadas en los eslabones más débiles (PyMES) y dependientes de la demanda brasilera (industrias automotriz y farmacéutica, entre otras). De hecho, no es casual que en el comunicado de prensa de Cancillería que reconoce al nuevo presidente brasilero se hable de efectiva integración; en este caso, la política exterior de Macri parece reactiva a una dependencia industrial con Brasil y actúa en consecuencia. En base a la voluntad de sus decisores en política exterior, la esperanza queda en el libre comercio con la Unión Europea y en una posible integración a la Alianza del Pacífico.
El G20 y la relación con China es un corolario de la corroboración de la nueva configuración global y regional. Si el objetivo aquí es disminuir el déficit bilateral, la utilización de mecanismos compensatorios como la disminución de trabas paraarancelarias para los agroalimentos es una respuesta conservadora a una estructura de especialización comercial que no se parece tener voluntad de cambiar.
Las nuevas articulaciones argentinas en la escena internacional merecen especial atención a la hora de evaluar la actual política exterior. Es por ello que la relación bilateral de Brasil de cara al futuro es esencial para comprender qué tipo de inserción se busca. Como consecuencia, la comunidad epistémica y la sociedad argentina podrá realizar un análisis de los beneficios materiales de los cambios acontecidos y de las medidas que se tomaron como método de adaptación.