Por Gustavo Insaurralde
Después de una reñida elección, el candidato por el Partido Republicano Donald Trump ganó las elecciones estadounidenses frente a su contrincante demócrata. Frente a este escenario, diversos líderes mundiales, regionales y la comunidad epistémica global se pregunta cuales son las modificaciones que podría traer aparejada en la escena internacional.
Como habíamos analizado previamente en la columna anterior, el escenario sistémico parece que poco cambiará. Si el sistema internacional se define por la articulación de polos de poder que determinan las conductas internacionales deseables, la hegemonía estadounidense en material global, especialmente en el tema de la seguridad, parece no modificarse. No obstante, las propuestas del presidente electo parece indicar un plegamiento de las grandes arquitecturas de seguridad colectiva, como la OTAN, o alianza estratégicas como con Arabia Saudita o Israel en Medio Oriente o Corea del Sur y Japón en Asia. Pero al ser propuestas, todo cae en el terreno de la interpretación: se podría aventurar que el plegamiento no es otra cosa que la conformación de plataformas de riesgos compartidos (de seguridad y económicos) y hasta, tal vez, una respuesta amortiguadora a la pérdida de hegemonía económica, como también una oportunidad de cooperación en temas de seguridad de importancia global como Siria.
El campo económico está más minado y aquí la posición regional se ve directamente influenciada. Si se reafirma la predilección nacionalista y unilateral de Trump, la coordinación económica global podría sufrir una grave afección como así también sus espacios relacionados, como los organismos internacionales de crédito como el Fondo Monetario Internacional y foros como el G20. No obstante esto era de esperarse dada la voluntad unilateral de los dos candidatos en sus plataformas, más allá de la cooperación regional en términos securitarios.
La región, o al menos su porción sudamericana, no parece modificar su patrón de relacionamiento global: la aproximación centrífuga de los estados sudamericanos hacia estados extracontinentales sigue firme y, paralelamente, se acentúa con la pérdida de influencia de Estados Unidos. Esto podría representar una oportunidad para la confluencia de espacios regionales, como Mercosur y Alianza del Pacífico, como plataformas de inserción y de promoción del dinamismo de la canasta exportadora regional con respecto a Asia. (Serbin y Serbin Pont, 2016)
La adaptación doméstica, como anunciamos en la anterior columna, va a entrar en una crisis con una unidad internacional hegemónica que se retrae. La estrategia de recepción de capitales entra en una necesaria situación de readaptación frente a la imposibilidad de llevar a cabo objetivos de liberalización y de inserción global, cuando estas redes tienen cuotas de ingreso mucho más altas. Eso no quita que la cooperación no continue, pero bajo lazos mucho menos dinámicos. Lo interesante es que también se insta a la actual administración a buscar alternativas regionales (integración) o globales (mayor acercamiento con Asia) de inserción o una conveniente combinación de ambas.