Por Gustavo Insaurralde
En un artículo en la revista The New Yorker, la periodista e investigadora Jenny Nordberg se preguntaba por qué la comunidad internacional tenía miedo de una política exterior eminentemente feminista. Nordberg se refería a las declaraciones de la recientemente nombrada Margot Wallstrom, quien redefinió la política exterior sueca como una política exterior feminista. Aunque de fuerte impacto doméstico, las declaraciones de Wallstrom no tuvieron resonancia mediática hasta que el gobierno de Arabia Saudita declaró que no volvería a comprar armas a Estocolmo.
Según Tickner, una de las grandes académicas de las Relaciones Internacionales sobre feminismo, la política exterior feminista podría declararse en términos de respeto, redirección y recursos. En otros términos, este tipo de política exterior no solo busca constituir un cuerpo normativo de la política externa sino un cuestionamiento de la definición de política exterior, seguridad y paz. De esta manera, teniendo la igualdad como objetivo interméstico (desde el aumento de mujeres en posiciones de liderazgo hasta la disminución de crímenes sexuales en conflictos bélicos), este tipo de política no se constituye como un desteñido juego de ideas, sino que forja una agenda real.
Como muchos autores anunciaron, la declaración de la política exterior feminista del gobierno de Suecia presentó una serie de paradojas constitutivas. En primer lugar, su definición genera es un problema teorético: si la política exterior de un Estado se aboca a solventar mecanismos de autoayuda en un escenario de anarquía en el sistema internacional, adentrándonos a una perspectiva realista, una política exterior feminista pecaría de ingenua, ya que impondría valorizaciones sobre el funcionamiento a la propia comunidad anárquica. Además de este problema, Mallstrom no escapa de un problema practico: la política exterior feminista de Suecia convive con uno de los Estados exportadores de armas más importantes del mundo. Como respuesta, Wallstrom sugiere que la única forma de llevar a cabo una política exterior de este signo es contemplar el smart power (Nye, 2004), es decir, una política eminentemente pragmática que pueda combinar la estructuración normativa feminista con una estructura de poder anárquica.
¿Qué tan lejos está Argentina de tener una política exterior feminista? A pesar de contar con una ministra de Relaciones Exteriores como Susana Malcorra, existen grandes espacios institucionales donde la perspectiva de género todavía no tiene lugar y la política exterior es una de ellas. En columnas de años anteriores, hemos celebrado la adaptación de regímenes internacionales y el mantenimiento de espacios institucionales que velan por los intereses de las mujeres. No obstante, a nivel doméstico, los problemas asociados a las mujeres están profundamente enraizados y resultan de difícil modificación.
La política exterior argentina es un caso paradigmático. La agenda de igualdad de género no es prioritaria en materia internacional. Probablemente exista una agenda continuadora, especialmente estructurada a partir de la adaptación de mecanismos internacionales de protección de los derechos de las mujeres. Sin embargo, no existen estrategias que intenten resolver esos problemas. Como consecuencia, esta constitución se profundiza a partir de la clara dirección de la actual política exterior, donde lo económico y la recepción de capitales parece ocupar un lugar central.