Por Gustavo Insaurralde
El G20 funciona como un organismo de gobernanza que al principio reunía en ocasiones especializadas a personajes relacionados a la gestión de temáticas financieras como los presidentes de los Bancos Centrales y ministros de economía y de finanzas. A pesar de que su formación fue iniciada posterior a la crisis asiática de 1999, el fomento de sus acciones tuvo su auge en el período posterior a la crisis internacional de 2008-2009, como una manera de iniciar un mecanismo de gobernanza minilateral, diverso, plural, inorgánico y especialmente intergubernamental.
La aproximación argentina al foro respondió a la necesidad de acompasar la proyección de su propuesta doméstica. De esta manera, el fomento de una estructura económica de fuerte presencia estatal y vinculada al empleo fue la manera que Argentina encontró para poder proyectar su participación en el foro. Si bien esto fue lo característico y acompañó esta mirada con la voluntad de modificar y hacer más diversos los mecanismos de gobernanza financiera global de la pax americana (FMI, Banco Mundial, OMC, Naciones Unidas y foco en derechos humanos, según Fernando Petrella), a nivel regional faltaron mecanismos de coordinación de posiciones. Esto, como lo afirma Méndez Coto, responde a una disociación de la proyección internacional de los tres miembros del G20, como a las ataduras provenientes de su participación en otros foros internacionales (Nafta, en el caso de México, Brics, en el caso de Brasil) Esto era vislumbrado como un atributo que hacía de Argentina un interesante caso en el cual se fomentaba su participación en el foro de una manera mucho más autónoma pero a contramano de lo planteado en cada una de las reuniones.
Si la voluntad global y economicista de la administración de Mauricio Macri trajo algo, ha sido el acercamiento a las potencias que forman parte del G7, bajo una nueva redefinición. En una coyuntura donde este foro es la caja de resonancia de un conjunto de cambios globales, especialmente para los países europeos que ven como la interrelación con China parece sonar mucho más beneficiosa de cara al replegamiento aislacionista de Trump, es beneficioso que Argentina participe en la conjunción de temáticas que forma parte de la gobernanza global, especialmente en materia financiera y económica.
Este espacio abre muchas dudas e interrogantes, especialmente relacionados a la política exterior argentina. La contingencia de los temas de proyección de cada administración pueden pagar costos altos por la falta de un discurso común y un acuerdo de la posición global. Asimismo, vislumbrado el largo camino que podría llevar, es importante evaluar de qué manera esta vinculación con el mundo puede ser revestida de una manera que conjugue las necesidades locales con las diferentes tendencias globales.