Por Gustavo Insaurralde
La semana pasada, el presidente Mauricio Macri se reunió con el vicepresidente de Estados Unidos Mike Pence. El vicepresidente, acompañado por una gran comitiva, ha tenido una intensa agenda vinculada la seguridad internacional y el intercambio comercial. De esta manera, ha mantenido reuniones con diferentes sectores de la sociedad y agencias gubernamentales, especialmente vinculadas a sus temáticas de interés.
Existe una complementación coyuntural entre la actual política exterior argentina y la política exterior norteamericana, fortalecida por posicionamientos estructurales. En primer lugar, en la esfera económica. La vocación aperturista y economicista de la política exterior de Macri acompaña la redefinición “neonacional” (utilizando la conceptualización que discuten Badie y Foucher, 2017) de la política externa estadounidense, definida a partir de un fuerte foco en la estructuración de la conformación de la canasta exportadora norteamericana con la intención de fortalecer y compartir los costos de la hegemonía y la mundialización. De esto, la política exterior de Macri parece sacar rédito en la medida que conforma un espacio de cooperación a través del apoyo discursivo a la propia administración y sus modificaciones domésticas y de inserción internacional. A su vez, esta administración incentiva la incorporación de nuestro país a organismos de cooperación como la OCDE.
El problema, por definición, recae en la funcionalidad de tales organismos y su carácter eminentemente circular. Estos espacios son vistos como el puntal inicial para la conformación de un clima de confiabilidad que promueva la recepción de inversiones extranjeras y reafirmen la vocación aperturista y economicista de la política exterior. Esta posición no está exenta de conflictos: hay una tensión constitutiva entre la formulación multimodal de la política exterior por la diversidad de temas de agenda y las necesidades, coyunturales y acuciantes, de la canasta exportadora. Este eje es crucial para comprender la conformación de alianzas internacionales y la continua redefinición de agendas.
En clave política, la política exterior de Macri fortalece una cooperación en materia de seguridad que solventa los cauces de la cooperación económica. Este alineamiento representa un cuadro diametralmente opuesto al del anterior gobierno, pues los conflictos bilaterales no cesaron de existir (holdouts, memorándum con Irán, etc.)
Este juego posee dos tableros: uno con la renovada cooperación política y otro con una iniciática cooperación económica. De esta manera, la cooperación parece depender de dos factores que podrían impulsar (o no) esta relación: la región y el panorama interno. La región puede funcionar como factor estructural de disenso en la medida que el conflicto venezolano es un tópico esencial de la política exterior argentina. A pesar de los valores bilaterales compartidos, los abordajes al problema venezolano serán necesariamente diferentes debido a los costos estructurales recubiertos que poseen estos actores, determinados por su posición, los actores implicados, tanto externos como internos, y los intereses.
Por otro lado, la intensa política doméstica argentina podría generar una ola de redefiniciones en política exterior. Si la estabilidad interna es la precondición para la llegada de inversiones, un escenario caldeado y bajo un claro gobierno dividido -el partido del ejecutivo no es mayoritario en el legislativo- podría reducir las opciones de política exterior y, por lo tanto, derrotar sus intentos de mesura.
De esta manera, la colaboración bilateral podría ser una buena noticia si los valores encarnados en la relación servirían para fomentar una mayor cooperación estructural, fomentando la integración de otros actores en la arena. No obstante, como hablamos de un cambio estructural vinculado a los valores de lo neo nacional, las definiciones son siempre poco certeras.