Por Gustavo Insaurralde
Esta semana el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu comenzó su gira latinoamericana y el primer país visitado fue la Argentina. La visita tuvo resonancia en la política exterior debido al hecho que es la primera por parte de un primer ministro israelí.
Los puntales de cooperación parecen haberse impulsado debido a la política de ampliación de las alianzas internacionales del actual gobierno. Más allá de las afinidades ideológicas, la agenda bilateral tiene un alto grado de interdependencia. Por ejemplo, Israel es uno de los países con los cuales el Mercosur tiene firmado un TLC. A su vez, diversas agencias gubernamentales siguen con simpatía la política israelí sobre el fortalecimiento de los start-ups. De hecho, en la conferencia de prensa realizada por el encuentro, Macri anunció que una de las bases fundamentales de la cooperación bilateral debe constituirse a partir del fortalecimiento de la articulación tecnológica israelí con las Pymes argentinas.
Más allá de tales definiciones, la articulación bilateral también es cultural. Argentina tiene la 6º población de origen judío más grande del mundo y la 1º en Latinoamérica. Las redes generadas por las comunidades israelitas en Argentina son de las más densas y con mayor impacto comunitario en la sociedad.
Estos puntales de cooperación, sin embargo, recibieron un espacio menor del que podrían llegar a tener en las reuniones con el primer ministro. La conjugación del contexto político internacional, con los devaneos estadounidenses con respecto al acuerdo nuclear con Irán y la propia historia argentina hacen mella para que el foco de la relación bilateral esté puesto en otras temáticas. Como consecuencia, la relación bilateral está fuertemente definida a partir de los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel a principios de los 90. En los últimos años, esta relación se tensó a partir de la firma del Memorándum con Irán donde se establecía un esquema de cooperación que pudiera generar las condiciones necesarias para sentar a los acusados. Políticamente y judicialmente cuestionado domésticamente, el acuerdo no generó los resultados esperados y fue denunciado públicamente por diversas administraciones y virtualmente derogado.
De esta manera, la agenda bilateral está intrínsecamente definida a partir de su securitización, es decir, la construcción discursiva e intersubjetiva de la relación bilateral a partir de la constitución de una amenaza puntual (Weaver, 1998). Si la temática de cooperación bilateral por excelencia residirá en la seguridad internacional y la lucha contra el terrorismo global, tal relación contará con un fuerte proceso de securitización, cuyos resultados podrían modificar los equilibrios internos a la hora de definir las amenazas nacionales, especialmente a la hora de articular políticas y distribuir recursos hacia tales fines.
En última instancia, la mayor incógnita en esta agenda ya no reside en como incluir nuevas temáticas en el esquema general de la cooperación. El interrogante pasará en las propias definiciones de política exterior, la cual debe pasar por una compleja matriz conformada a partir de dinámicas domésticas, como por ejemplo con el camino judicial relacionado a la AMIA, con factores foráneos.