Por Gustavo Insaurralde
Si realizaremos una aproximación desde la teoría de las relaciones internacionales, el debate sobre si el estado nacional actúa de forma unitaria o sus acciones internacionales son el resultado de las pugnas internas, es uno de los debates más interesantes de la disciplina. El realismo clásico, por ejemplo, entiende al estado como un actor unitario racional. Esto constriñe su actuación internacional a partir de la definición objetiva del interés nacional. Para otros autores abocados al neorrealismo, la unidad estatal construye su política exterior a partir de la adaptación que puede leer de la estructura del sistema internacional.
Aunque se puede seguir con estas disgregaciones, podemos tomarnos la libertad de definir una tercera posición en la que se encuentren los autores que vislumbran la política exterior como el resultado de una definición resultante de los equilibrios domésticos. Por ejemplo, Moravsik (1993), entiende que la política exterior es el resultado de las pujas internas de la sociedad civil. En ella, los individuos intentan hacer avanzar sus propias agendas y, como consecuencia, la política exterior está limitada por “las identidades, intereses y poderes subyacentes a los individuos”. De esta manera, en la visión de Moravsik, la sociedad civil y su propia agenda juegan un rol esencial en estas definiciones, especialmente a la hora de reflejar tales movimientos.
Si tomamos como caso de estudio a la Argentina, es fácil notar lo descrito arriba. Desde la posición economicista de la actual política exterior, beneficiosa a los grandes sectores de capital transnacionalizados y los grupos empresarios de mayor competitividad internacional, hasta las políticas de lucha contra el narcotráfico, son parte del trasvase doméstico/internacional que se entiende de una política exterior en clave democrática y activa a las necesidades de su sociedad civil más activa.
Tomando esto, el discurso inicial en la última Asamblea Legislativa demuestra también que la política doméstica integra cambios y denota una construcción en constante movimiento. A modo de ejemplo, la inclusión de una agenda de género y el debate sobre derechos reproductivos como el aborto es una temática que no estaba presente en la agenda presidencial pero, que en el último discurso, ha cobrado una mención importante. Esto no quita que el diálogo esté cerrado, pero si entendemos la movilización de la sociedad civil como puntapié inicial para cambios articulados entre lo doméstico y lo internacional, tenemos un interesante campo cultivado para propugnar por tales acciones.
De esta manera, se abren los espacios de diálogo y la puja simbólica por nuevas significaciones en la política doméstica -y, por tanto, de la política exterior. La velocidad de estas modificaciones dependerá, en última instancia, no sólo de la promoción presidencial, sino también de la continua movilización política que ayude a impulsar estos cambios.