Por Antonela Busconi
Un área de investigación con especial foco en la intersección entre género y política exterior nos lleva a preguntarnos de qué manera las mujeres están representadas en las diferentes estancias relacionadas con el proceso de elaboración de la política exterior.
Investigar la mayor o menor participación de mujeres en estas instancias de poder permite visibilizar la desigualdad de género en el terreno específico de la política externa, en la misma medida que nos habilita a indagar si la presencia de mujeres influye en el contenido de esa política externa y, en el caso que así sea, buscar una posible explicación. En consonancia con lo anterior, algunas autoras consideran que se requiere de un número suficiente de mujeres en el poder para lograr representar los intereses y los problemas de las mujeres.
Si observamos los mandatos de Cristina Fernández y Michelle Bachelet, y sus políticas a favor de la ampliación de derechos, se infiere la influencia de su condición de género. Fernández adoptó una agenda política en la cual tuvieron un papel destacado las políticas sociales orientadas a mejorar la situación de las mujeres en vulnerabilidad así como al reconocimiento a los derechos a la diversidad sexual. Bachelet llevó adelante un programa de justicia social con equidad de género, siendo la primera vez que un gobierno chileno incluyó, de manera transversal, acciones destinadas a erradicar la discriminación hacia la mujer y a alcanzar la igualdad de oportunidades. En ambos casos, dichas medidas fueron reflejo de las Convenciones que ratificaron ambos países y se manifestaron en su accionar externo mediante su participación en diversas conferencias internacionales relativas a los derechos de la mujer.
Por otro lado, se sostiene incluso que las “características femeninas” tienen una naturaleza acorde, como un estilo de liderazgo abierto, no competitivo, inclusivo, flexible, comunicativo, colaborativo, persuasivo y cooperativo. Desde este punto de vista las mujeres saben compartir el poder y la responsabilidad, combinan intuición y racionalidad, desarrollan habilidades interpersonales como la empatía y la capacidad de escuchar. Se considera que hasta la forma de resolución de conflictos es más pedagógica y dialoguista al buscar que todos salgan ganando. Otras autoras, no obstante, creen que una vez en el poder, éstas se masculinizan y reproducen los modelos construidos por los hombres.
Cristina Fernández como presidenta electa recurrió al género femenino como recurso discursivo para distinguirse como figura política. Este recurso fue utilizado para establecer una diferenciación con liderazgos políticos anteriores catalogados como masculinos, destacando que las cualidades que tendría como mujer no sólo le permitirían realizar las mismas tareas que los hombres sino que serían beneficiosas para la conducción del país. Asimismo, Fernández sostuvo que si bien encontraría más obstáculos por ser mujer afirmó que esto no le impediría seguir adelante y apeló al ejemplo mujeres fuertes y luchadoras de la historia argentina como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Por su parte, Michelle Bachelet al asumir como presidenta defendió la capacidad de las mujeres para ejercer puestos de representación política y, además, recalcó que, al igual que los hombres podría “ponerse los pantalones” para tomar con firmeza las decisiones que fueran necesarias y, por su condición de mujer, amparar a quienes más lo necesitaran.
En términos generales, la mayor participación de mujeres en los principales espacios de decisión influye en un mayor interés por cuestiones como la discriminación en todas su formas, la educación y la salud desde una perspectiva integral, y el bienestar familiar que, bajos los casos observados, fueron característicos de la gestión de Fernández y Bachelet.
No obstante, es menester no caer en los esencialismos cuando se habla de los “rasgos femeninos” como parte de la naturaleza de las mujeres que las hace más proclives al diálogo, la cooperación y la empatía. Es decir, su condición de mujer no implica que no puedan llevar adelante un estilo de liderazgo competitivo, fuerte y/o autoritario, de igual forma que no necesariamente deban comulgar con todas las demandas del feminismo.