Por Mariana Aiub Robledo
En su primer viaje como presidente electo, el 2 de noviembre de 2019 Alberto Fernández aterrizó en México para reunirse con su presidente, Andrés Manuel López Obrador. Sin lugar a dudas, un destino diferente a lo que las y los argentinos estamos acostumbrados a observar en los albores de una administración.
México se convertiría, de esta manera, en una pieza estratégica en el diseño de la política exterior latinoamericana del nuevo gobierno peronista. Con una región movilizada y gobiernos de centro derecha en Brasil, Colombia, Perú, Chile, posteriormente Bolivia con Áñez y Uruguay con Lacalle Pou, el país de López Obrador se vuelve una alternativa en la configuración argentina de una política regional.
En esta construcción bilateral, los dos mandatarios poseen una visión similar sobre la crisis multidimensional venezolana. Ambos prefieren no interferir en la política interna del país caribeño, rechazan rotundamente la intervención militar y apuestan por una salida negociada entre el oficialismo y la oposición.
Más importantes aún son los motivos que llevan a Fernández a la posible constitución de un eje argentino-mexicano:
Principalmente, es una manera de contrarrestar las tensiones con Brasil. Fernández demuestra que, a pesar de la casi nula sintonía ideológica y de las afirmaciones negativas de Bolsonaro en relación al vínculo bilateral, aún quedan cartas por jugar. Ante el alejamiento de su principal socio estratégico y país vecino, Argentina encuentra una alternativa en la configuración de sus relaciones exteriores latinoamericanas.
Como motivo adicional está presente la negociación con el FMI en torno a la deuda externa recientemente contraída. México, a pesar de las rispideces en materia migratoria, sigue estando alineado con la política norteamericana mediante el NAFTA. Por lo tanto, ganarse el favor mexicano podría influir en Donald Trump, quien será un actor central a la hora de sentarse a dialogar con los acreedores externos.
Si bien se podría afirmar que la negociación con el FMI reduce sensiblemente el margen de maniobra argentino, Fernández logra dar pequeños pasos, pero firmes, en la constitución de la política exterior latinoamericana de su administración. En este contexto, el futuro del eje político argentino-mexicano aún está por verse. Sin embargo, el pronóstico es favorable: ambos gobiernos abogan por el principio de no injerencia en asuntos internos de otros Estados y afirman defender la democracia y valorar profundamente la institucionalidad.
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